Hace tiempo había un hombre que no sabía qué hacer con su vida. Quería trabajar, pero no sabía en qué. Un día dijo que quería que le prepararan un tamal grande que llaman bolím. Planeaba ir solo al cerro a comérselo.
Le hicieron el bolím y se fue. Lo llevaba en su morral, ¡él quería comérselo solo!
Ripiɨ namia’ay y dankuã̀u’: – Xiñi’u, kyau kyua panduà, peru mjàu lantjũy. ¿Kyau lmã̀p kipiɛjɛ k’yɨy mjiɨ̃ng kajiu’u kiyùk?
Bu’ na’u damã̀p nasɨjɨñ u la’jiɨ̀ y kumu u mjàu ñkjiũy dasep nip la’mẽ ni nɛp. Damang da’kjuat ru’ mjĩmp y siga dan’uà.
El hombre llegó al cerro, al pie de un árbol muy grande, muy bonito, que daba mucha sombra. Se sentó e intentó abrir su comida.
Un caminante pasaba por allí. Estando cerca se detuvo y lo saludó: – Buen día, yo aquí vengo, pero tengo mucha hambre. ¿Tal vez traigas algo de comida que me puedas regalar?
El señor había pensado comer solo y como tenía mucha hambre le dijo que no tenía nada. Prefirió guardar su comida y seguir caminando.
Bu’ ’lɛ gajua’a klɛ piu’, nakyàu’ pɨk lamĩ nda nkuãng ntɨ’ la’uĩ̀ nda ntɨ’ kasã̀ut. Dasèng biu’ ntsjɨjɨñp y danaung, peru danũ̀ kajuã̀y banduà nda garua y dakjuat ru’ mjiɨmp y dan’jãsp mã̀ gan’uà. Ya tsuɛ̃ng purke nip njuãp nasɨjɨñ mjàu.
El hombre llegó a otro lugar, un descanso, donde había otro árbol gigante con una gran sombra. Abrió su comida y se disponía a comer, pero vio venir de lejos a otro caminante y mejor guardó su comida y comenzó a caminar. Ya iba enojado porque no le dejaban comer a gusto.
Mas kajuã̀y y wa ñkjiũy, kuna nabiju nda nkuãng. Kajuã̀y nduà lanũp bu’ garua, peru chiñi bu’ ’lɛ nip juã̀y danũ̀.
Xiɛ̀’ɛp bu’ garua gajua’a ripiɨ bu’ ’lɛ, uã’ ya la’mẽ masèng biu’ ntjɛ̃’ɛ̃ y ya nup naung. Gajua’a y dasep: – Kyua kuɛ̀ nakɨ̃jɨ̃ye. Ka’mẽ nɛp n’nàung, kja’ kaju’u kiyùk kyiy riat spàjau.
Bu’ ’lɛ nip mang n’mù ni nɛp, peru dasep: –Kyàja’chat, kyàja’chat…
Más lejos y todavía hambriento, se sentó bajo otro árbol. A lo lejos se acercaba el caminante, pero ahora el hombre no se dio cuenta a tiempo.
Cuando el caminante llegó junto al hombre, este ya tenía abierto el tamal y estaba a punto de comer. Llegó y le dijo: – Aquí nos volvemos a encontrar. Tienes comida, quizás puedas regalarme un poco.
El hombre no quería compartirle nada, pero le dijo: – Recibe, agarra…
No había terminado de hablar cuando el caminante devoró toda la comida, se la acabó. El hombre quedó muy triste.
Bɨ̀jɨy n’uĩnan natajaunan ntjajau. Kyau biu’ ɛp manĩ̀nt . Mant kanũ̀nant ru’dat dan’ĩndat. Si kyau tamà’ay ru’ makuàbat ndudat gajuiudat, peru si tamà’ay biu’ ganjã̀bat ndudat es purke ndudat gatũdat. Bɨ̀jɨy tateje’ye ’mɛ̀jɛye tanũye: jiɨ’ kakyɛjɛ tamĩ̀n y kyau tatɛjɛ’ purke tapɛjɛ ru’ npiã’ãyat.
El caminante le dijo: – No te preocupes. Sí, me he acabado tu comida, pero ahora te voy a pagar por la ayuda. Te conozco, te he visto pensativo, triste, porque no sabes qué hacer. ¡Ahora serás un gran curandero!
Así es como vamos a trabajar. Yo soy la muerte. Vamos a visitar a los enfermos. Si me pongo a sus pies se curarán, pero si me paro en la cabeza de ellos es porque van a fallecer. Así ganamos los dos: tú ganas dinero y yo gano porque me llevo las almas.
Dagù stakyuãng, y nda ñk’iy kamia’ay datsau’ mas mjàu y daju’u gama’ay. Bu’ dan’ĩng y ru’dat rapiàyat mjàu danìsbat n’uàdat.
Así llegaron a un pequeño pueblo y él se anunció como un gran curandero. Le dieron permiso para entrar en casa de una persona enferma y la muerte se paró a los pies de la cama del enfermo.
– Usted se va a curar, se va a levantar, todavía le queda mucha vida – le dijo al enfermo.
Le dio medicina, y al poco rato el enfermo se sintió mejor y pudo levantarse. Él enfermo y su familia se pusieron contentos.
Lo invitaron a otra casa, también había un enfermo. Pasaron a la habitación y la muerte se paró en la cabecera de la cama. Un poco triste, el curandero dijo:
– Disculpen ustedes, disculpe señor, pero usted no se va a curar. No hay medicina que cure su enfermedad. Usted está muy enfermo.
El enfermo no le creyó, porque no se sentía tan mal. No pasó mucho tiempo cuando el enfermo falleció. Los visitantes y familiares se asombraron, dijeron que el curandero no mentía.
K’iy de k’iy dal’u bale ram’us ke bu’ ga’uɛ̃ng u nda mjàu ga’uɛ̃ng, purke u laju’u nũ’ũ xiɛ̀’ɛp nda na’au gajeu u gatũ. Bɨ̀jɨy na’ĩ bu’ ga’uɛ̃ng danũ̀ nɨk biu’ ntjajap.
Gamã klɛ ram’us y gamã klɛ ram’us, jueudat ru’dat ’liɛdat, y na’ĩ̀ nyu’uy. Ntũ̀ns dakuɛp biu’ nyeùs mã̀ gameju. Damang u gakuɛ nakàu’. Biu’ ɛp manĩ̀nt dama’au klɛ danuɛjɛ’. Bu’ ga’uɛ̃ng damã̀p ke ni xiɛ̀’ɛp natũ̀ purke biu’ ɛp manĩ̀nt bimiùjup, ¡nip mang natũ̀!
Poco a poco la fama del curandero se hizo conocida en muchos pueblos y ciudades, porque él podía ver cuándo una persona iba a curarse o a morir. Así fue como el curandero conoció cuál era su trabajo.
Viajó y viajó, curando a la gente, y así se hizo viejo. Entonces regresó a su casa a vivir. Dijo que había regresado para descansar. La muerte agarró otro camino. El curandero pensó que nunca moriría por ser amigo de la muerte, ¡no quería morir!
Nda ganu’ meju biu’ kanɛ̀ stsjɛu’ xiñkyuãmp danũ̀ na’u lanup nduà kajuã̀y, y danũ̀ ke es nda nɛp manĩ̀nt. Ya damang ke nda ganu’ banduà nẽ̀ gapã̀ y u mas manis y nɛp datsjàp.
Dasep bu’ bimiùjup, bu’ uk pa’ayp:
– Xìbat bu’garua, xiɛ’ɛp ganjua’a, ke kyau nip lameju, skawà kapã̀ kajuã̀y y ke n’juiu’.
Juã̀y na’iaun nda kajun ntɨ’.
Un día estaba sentado en la puerta de la casa cuando vio a alguien que se acercaba a lo lejos, y reconoció que el caminante era la muerte. Ya había acordado que un día vendría por él para llevarlo a descansar, pero el hombre no pensaba irse.
Dijo a su compañera, su ayudante:
– Dile al caminante, cuando llegue, que yo no estoy, que me he ido lejos de viaje y que no regresaré.
– Ntũ̀ns ya lawà, nã’ãñ stkuɛ. Gamã̀ ganũ̀ bu kampàlp y bɨ̀̀ɨy nã’ĩ̀ daljung niñ’ã’ kuɛ̃nt.
A su llegada, la muerte saludó:
– Hola, vengo a ver a mi compadre, lo voy a llevar a descansar.
La mujer respondió:
– El compadre no está aquí, se fue de viaje y no va a regresar pronto.
La muerte dijo:
– Entonces ya me voy, pero no puedo regresar sin llevar a nadie conmigo. Como quiera llevaré como compañero al hombre que está metido en la caja. Fue por el compadre y se lo llevó. Así acabó el curandero que se hizo amigo de la muerte.
Lengua original: tének
Autor(a): Marciano Castillo Elvira, Luis Flores Martínez