Había una familia que vivía en una localidad donde casi no había gente. Solo eran el señor, la señora y dos hijos.
Un día el señor se fue a trabajar muy temprano y la señora se quedó sola con los hijos. Entonces, llegó un perro pequeño y la madre dijo a sus hijos:
– ¡Mira qué bonito perrito llegó, está bien chiquito!
Había una familia que vivía en una localidad donde casi no había gente. Solo eran el señor, la señora y dos hijos.
Un día el señor se fue a trabajar muy temprano y la señora se quedó sola con los hijos. Entonces, llegó un perro pequeño y la madre dijo a sus hijos:
– ¡Mira qué bonito perrito llegó, está bien chiquito!
Le dieron de comer. Después de esto, el cachorro se echó a un lado de la puerta y se quedó dormido.
Pasaron unas horas y vieron que el cachorro estaba creciendo. Cada hora que pasaba se veía más y más grande. La señora empezó a tener miedo pues estaba sola con sus dos hijos. Decidió marcharse con sus hijos a casa de los abuelos.
Le dieron de comer. Después de esto, el cachorro se echó a un lado de la puerta y se quedó dormido.
Pasaron unas horas y vieron que el cachorro estaba creciendo. Cada hora que pasaba se veía más y más grande. La señora empezó a tener miedo pues estaba sola con sus dos hijos. Decidió marcharse con sus hijos a casa de los abuelos.
Salieron de su casa despacito para no despertar al perro grandote, pero cuando iban a medio camino éste se despertó y vio que se habían ido. Empezó a olerlos y fue tras ellos. Los alcanzó, les cortó el paso y no los dejó pasar.
Salieron de su casa despacito para no despertar al perro grandote, pero cuando iban a medio camino éste se despertó y vio que se habían ido. Empezó a olerlos y fue tras ellos. Los alcanzó, les cortó el paso y no los dejó pasar.
Y entonces la señora tuvo que volver a casa con sus dos hijos. Tenía mucho miedo, así que metió a sus dos hijos en un costal que amarró con un mecate y lo colgó en la solera de su casa. Les dijo:
– Aquí se estén calladitos, no hagan ningún ruido para que el perro no los mire.
Y entonces la señora tuvo que volver a casa con sus dos hijos. Tenía mucho miedo, así que metió a sus dos hijos en un costal que amarró con un mecate y lo colgó en la solera de su casa. Les dijo:
– Aquí se estén calladitos, no hagan ningún ruido para que el perro no los mire.
Al caer la noche, el perro entró a la casa y se comió a la señora. Sólo dejó su ropa y cabellos. Una vez que se la comió, el perro se convirtió en hombre. Miró hacia arriba y dijo:
– Ahí tengo más comida.
Pero ya estaba muy lleno, no le cabía más en la panza. Y dijo:
– Mejor me voy y vuelvo otro día.
Cuando llegó a su casa se tiró en la cama a dormir; estaba bien gordo.
Al caer la noche, el perro entró a la casa y se comió a la señora. Sólo dejó su ropa y cabellos. Una vez que se la comió, el perro se convirtió en hombre. Miró hacia arriba y dijo:
– Ahí tengo más comida.
Pero ya estaba muy lleno, no le cabía más en la panza. Y dijo:
– Mejor me voy y vuelvo otro día.
Cuando llegó a su casa se tiró en la cama a dormir; estaba bien gordo.
Al día siguiente llegó el padre de los niños y vio la ropa y los cabellos de su mujer tirados por el suelo.
– ¿¡Qué pasó aquí!?
Levantó la vista y vio a sus dos hijos colgados. Los bajó rápidamente y preguntó qué había pasado a su madre.
Los niños contestaron:
– Llegó un perro chiquito, se hizo grande y se comió a mamá.
Al día siguiente llegó el padre de los niños y vio la ropa y los cabellos de su mujer tirados por el suelo.
– ¿¡Qué pasó aquí!?
Levantó la vista y vio a sus dos hijos colgados. Los bajó rápidamente y preguntó qué había pasado a su madre.
Los niños contestaron:
– Llegó un perro chiquito, se hizo grande y se comió a mamá.
Muy enojado, el hombre afiló su puntillo y fue a buscar al nahual. Ya sabía quién era. Lo encontró en su casa bien dormido y le dijo:
– Tú te comiste a mi mujer, ¡pero aquí la pagas!
Y le ensartó el puntillo en la panza, con lo que salió todo lo que el nahual se había comido.
El hombre regresó a su casa, contento de haber matado al nahual.
Muy enojado, el hombre afiló su puntillo y fue a buscar al nahual. Ya sabía quién era. Lo encontró en su casa bien dormido y le dijo:
– Tú te comiste a mi mujer, ¡pero aquí la pagas!
Y le ensartó el puntillo en la panza, con lo que salió todo lo que el nahual se había comido.
El hombre regresó a su casa, contento de haber matado al nahual.